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martes, 16 de noviembre de 2010

LLEGADA A IRAK




Cuando estaba en Estambul tuvo lugar un atentado que el gobierno turco atribuyó a los kurdos, así que no sabía qué clima me iba a encontrar en la zona fronteriza. En Diyarbakir, ciudad turca de población kurda, conocí a un tipo que me aseguró que el paso de Silopi, único abierto entre Turquía e Irak, era seguro y que él conocía en Zakho, primera población Iraquí, a un cristiano llamado Jan que hablaba inglés y que me ayudaría. Cuando llegué a la frontera era ya casi de noche. Estaba cansado y el papeleo se demoró bastante por el asunto de la moto. Como no me enteraba de cual era el problema llamé a Jan y me dijo que vendría a por mí, que no me moviese de allí. Pero el problema se resolvió y como estaba realmente agotado, me fui por mi cuenta. Una vez en la ciudad, me abordó un chico. Era Jan, me había reconocido inmediatamente porque aquí soy un completo extraterrestre. Me dijo que nada de ir a un hotel, que me fuese a su casa. Montó en la moto y empezó a internarme por las más oscuras callejuelas.

Cuando uno viaja solo por países desconocidos se le aguza el sentido de la precaución, que puede acabar a veces en paranoia. En un momento dado, metidos en el laberinto de casuchas y callejones tenebrosos, pensé que a este chico no lo conocía de nada. Es más, había cometido un error cuando se pisa terreno incierto. Había avisado con 300 km de anticipación de que iba para allí y que no conocía a nadie. O sea, un presa fácil. Eso puede costar caro, véase si no la experiencia de Mauritania y los cooperantes. Es decir, me había puesto completamente en sus manos sin tener ninguna garantía de que fuera cierto lo que me decían. Irak es un país objetivamente peligroso, digan lo que digan los kurdos, que al final son parte interesada. ¿Cómo estar seguro de nada en un país donde todo es oscuridad y confusión? ¿Qué puntos de referencia tenía? ¿A quién conocía aquí? Las imágenes de decapitaciones acudieron pronto a mi alborotada cabeza.

Mi corazón empezó a latir más fuerte según nos metíamos en la noche. Sentí que no controlaba la situación, que no sabía a donde me llevaban. Torcimos una esquina y abandonamos toda luz. Detuvimos la moto frente a una cochera sin indicación alguna. Jan se bajó y llamó a la puerta con toques quedos. Supe que una vez que metiera allí la moto, sería como si se me hubiera tragado la tierra. El portón metálico se abrió lentamente. Mi pulso se aceleró todavía más. Del interior brotó una débil luz eléctrica. Y también una niña. Una niña de 8 o 9 años con enormes ojos verdes. Me miró con calma aunque debía estar tan sorprendida como yo. Entonces sonrió y me preguntó en un inglés algo tosco “How are you?”

“I am very happy to be here” respondí. Y era verdad, pues entonces supe que estaba en el lugar más seguro posible.

Miquel Silvestre ©

2 comentarios:

UUUf Aki , la piel de gallina no?
Un abrazo a los dos
lamar

Sí, Mar, el peor momento que he pasado, desde que comenzó con esta aventura. Gracias a Dios, ya está en Turquía, de nuevo.

Besos