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PASSION VICTIMS


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martes 11 de enero de 2011

ESTATURAS

Yo soy bajita para mi edad, un metro sesenta apuradillo. Pero en las ocasiones que me he encontrado alguna persona más bajita para su edad que yo, tampoco ha sido como para tirar cohetes, vamos, que no me he sentido superior ni nada de eso, así que, no entiendo el porqué de tan mala leche en los chinorris.
Todos los grandes cabronazos de la historia, no digo que no haya excepciones, han sido de corta estatura: Franco, Hitler, Napoleón (éste por lo menos tenía frases de antología, como por ejemplo aquella de: “mil años de antigüedad nos contemplan”, que me imagino yo a los soldados mirándose unos a otros pensando, ¿qué dice este tío?)…
Cuando yo iba a 4º de EGB teníamos de maestra a la Señorita Juncosa, eran tan bajita para su edad que algunas de mi clase ya le pasaban un palmo, pero ella no tenía complejo ninguno.
Siempre contaba cómo una compañera suya de cuando estudiaba, al pasar por su lado se ponía la mano a la altura del pecho como queriendo señalar por dónde le llegaba la seño, y ella, con toda la dignidad del mundo le dijo una vez: “serás una mujer grande, pero nunca una gran mujer”. La alta, avergonzada de su comportamiento, nunca más volvió a hacer la gracia y a partir de ese día le tuvo un grandísimo respeto, según la seño (a saber el cachondeo que tendrían por lo bajini).
Nosotras aplaudíamos la anécdota y nos maravillábamos del temperamento y buen carácter de la seño (a la sexta vez que lo contó ya la ovación era más apagada, pero el papelón lo hacíamos igual, con tal de que no explicara matemáticas)
Es que para las matemáticas había que esforzarse mucho. La pizarra solía tener errores garrafales, tanto que a veces nos dábamos cuenta y le decíamos: Seño, ¿eso no está mal? Y ella hacía como que repasaba y decía: efectivamente, está mal, lo hago a propósito para ver si estáis atentas.
La señorita Juncosa era mucho de contar vidas ejemplares. Recuerdo la vida de una niña que su padre tenía muchas gasolineras y mucho dinero. Pues la niña, aunque era rica, trabajaba un montón a nuestra edad: se incorporaba muy temprano y lo primero que hacía era hacerse la cama (los pitagóricos también hacían eso, en cuantito se levantaban borraban el rastro de su presencia entre las sábanas), bueno, pues primero se hacía la cama, luego limpiaba todos los zapatos de toda la familia y los dejaba impecables, después preparaba el desayuno para sus hermanos pequeños, desayunaba, se preparaba el almuerzo y se iba al colegio andando, por que no la iban a llevar en coche, pudiendo ir a pie.
Ella nos contaba esas cosas para que tomáramos ejemplo de lo que debía ser una niña como Dios manda.
Qué cosas…




martes 11 de enero de 2011
LA MEDALLA
A mi niño le han dado una medalla.
Resulta que mi suegro lo apuntó a un curso de natación, porque, según él, el niño tenía que aprender a nadar, porque todos los nietos de tres años de sus amigos pijos del “club” ya sabían nadar y el suyo no iba a ser menos. Así que, allí estábamos, mi marío y yo a las seis de la tarde para que el niño fuera con “el señor” a aprender a no ahogarse. Durante tres semanas el mismo cuento: el niño, por el desbarajuste del horario estival se despertaba de la siesta a las cinco con muy mala leche, había que ponerle el bañador, las chanclas y la camiseta a la fuerza, mientras gritaba ¡noooo, a la piscina con el señor nooooooo!
Una vez lo teníamos vestido, lo metíamos en el coche, y cuando conseguíamos atarlo a la silla, cerrábamos la puerta con el seguro para que no la abriera y se nos cayera en la carretera. El trayecto duraba veinte minutos hasta llegar al “club” y la mayor parte de ellos se oía:¡ noooooo, con el señor nooooooo! Con ese panorama mi marío se iba calentando (quiero decir que se enfadaba como una mona) y llegaba con un ataque de ansiedad a la piscina. Es que mi marío no es el Santo Job, qué le vamos a hacer.
Cuando llegaba “el señor” a la piscina, mi niño iba corriendo a darle un afectuoso saludo y un beso y lo miraba como diciendo : aquí estoy, para lo que convenga.
Yo me daba un chapuzón para olvidarme de la última hora y media y para no pensar que he parido un déspota desquiciado. Mi marío se sentaba en nuestra silla plegable a hacer sudokus de esos que sólo te dan en el recuadro la suma de dos números y allá te las apañes.

Tres semanas, tres. Todos los días lo mismo.
Y por fin, la recompensa.
El último día hicieron una exhibición. Los más pequeños se pasaron nadando una piscina olímpica sin manguitos ni nada. Y los mayores ya era perfeccionamiento de estilo y tal. Todos los padres y madres, incluyendo a mi marío, con sendas cámaras de video y fotografía digital para inmortalizar tan ansiado momento.
La entrega de diplomas y medallas, con los cámaras a la derecha, los niños a la izquierda, parecía la entrega de los premios Príncipe de Asturias, solo que iban todos en bañador.
Y ahí está mi niño retratado, todo un campeón, con los ojos medio cerrados por el sol, con la medalla colocada y el diploma boca abajo… para comérselo.
Y mi suegro dice que el año que viene lo apunta otra vez, para que no se le olvide lo de no ahogarse.



miércoles 12 de enero de 2011
UN INCIDENTE

Estaba yo en mi habitación de hacer ver que estudio, leyendo tranquilamente una cosa muy divertida que escribió Sigmund Freud: El malestar en la cultura. Así de entrada puede parecer un tostón pero cuanto te cuenta que nuestras facultades de felicidad están ya limitadas en principio por nuestra propia constitución, y que el sufrimiento nos amenaza por tres lados: desde el cuerpo, condenado a la decadencia y al dolor; del mundo exterior, capaz de encarnizarse en nosotros como fuerzas implacables; y de las relaciones con los otros seres humanos... Freud resuelve que el peso de la vida nos obliga a tres posibles soluciones: distraernos en alguna actividad, buscar satisfacciones sustitutivas (no sé qué quiere decir con lo de sustitutivas ni sustitutivas de qué, aunque pone como ejemplo el arte) o bien, narcotizarnos. En fin, que te dan ganas de hacer lo último directamente y acabar con esto de una vez.
Pues así de enfrascada estaba yo cuando veo pasar por el pasillo a mi marío con muchas prisas. No hice caso y seguí buscando en el texto un atisbo de esperanza. Le oía abrir y cerrar los armarios de la cocina, la despensa, el mueble del baño, entró en mi habitación de hacer ver que estudio mirando los estantes, salía despavorido….
Al final, por mucho que una se quiera hacer la tonta y como que la cosa no va contigo, pues te pica la curiosidad y así como de mala gana, después de un cuarto de hora de morderme la lengua hice la pregunta: ¿qué buscas?
Mi marío se asomó al quicio de la puerta con los ojos de misterio y el alma llena de pena: ¿dónde está el insecticida? (es que mi marío es muy fino y dice insecticida, en mi casa le hemos llamado “el flis” toda la vida).
Al principio me mostré molesta por la interrupción, pero fue algo momentáneo, porque pronto caí en lo que significaba que mi marío estuviera buscando el flis. Se me aceleró el corazón de repente me levanté, me puse más seria de lo que me había dejado Freud, me quité las gafas y miré a mi marido con horror, saqué fuerzas de flaqueza :
-¿Para qué lo quieres?
-Para echárselo a la ensalada, ¿para qué lo voy a querer? He visto algo en el vestidor que no me ha gustado nada. (hablaba como un cirujano observando un escáner cerebral)
- Pero… ¿qué has visto? ( yo estaba ya para darme algo)
- Es mejor que no lo sepas.

Fui a la cocina, abrí el armario del fregadero, cogí el bote de “flis” y se lo entregué a mi marido compungida, como si le estuviera entregando una smith & wesson para que matara un cervatillo herido.

Lo que había en el vestidor creo que era una cucaracha del tamaño del cañón del colorado, pero no he vuelto a preguntar. Mi marío se deshizo de ella y yo me tumbé en el sofá hasta que se me pasó el susto.
Menos mal que había un hombre en casa.



martes 18 de enero de 2011
INSTINTO MATERNAL

Un día mi hijo de tres años me preguntó: -Mama, ¿por qué tú no tienes pilila? -Pues porque yo soy una niña. Soltó una carcajada y me dijo: Tú no eres una niña, tú eres una mama.

Nunca he tenido instinto maternal, nunca me gustó jugar con muñecas de pequeña, prefería ser la morena de los Ángeles de Charlie o una de las chicas de Comando G.

Luego ya, de mayor, cuando veía a una pareja con un par de chiquillos por la calle, uno en bicicleta y el otro en el carrito berreando por un chupachups, por poner un ejemplo, me daban pena. Me parecían el paradigma de la resignación, del “paestohemosquedao”, la más incomprensible y absurda forma de perder los mejores años de tu vida: criando cuervos.

Pero las cosas cambian, un día conoces a un semental que te da veinte razones para no casarse y nunca jamás tener hijos en la primera cita, te pones de acuerdo con él en todo y a los dos años estás casada y jugando a la ruleta rusa con tu ciclo menstrual.


Entonces pasa. Unos días de retraso, quizás estés embarazada. Un predictor. Mi prima es enfermera, seguro que tiene alguno en casa.

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Dos rayas azules, bueno, no, una más oscura que otra.
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A ver. - Mi prima con cara de experta se pone las gafas: - Huy, esto es un preñao que te cagas. (preñao que te cagas debe de ser el término científico que usan en el hospital para decirle a una señora que está esperando un bebé)
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¿Seguro?
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Ya te digo.

Habrá que comentárselo al padre, no para que pueda ya hacer nada, pero al menos que sepa que va a tener que mantener a alguien durante los próximos años y a su hijo, claro. Cuando se lo dije, se me quedó mirando con los ojos muy abiertos y me dijo: ¡Qué hemos hecho!


Estar embarazada es , más o menos desde el tercer mes, como haberse comido un borrego. Estás todo el día controlando el tabaco y los almax. Tienes un sueño tremendo y en las siestas sueñas cosas como que tu hijo nace sin brazos y de repente se convierte en perro y os tenéis que ir a vivir a una choza del África subsahariana para que nadie le tire piedras porque tiene la cara de Álvarez Cascos. Otras veces sueñas que tienes un bebé precioso pero que se transforma en un alienígena que te come las entrañas.

No voy a comentar lo de las clases de preparación al parto por no herir susceptibilidades. Sólo diré que son peor que una secta, qué digo una secta, son peor que los creacionistas, qué digo los creacionistas, son más peligrosos que Sara Palin escuchando a Wagner. ¿Parto natural? ¿Que tener un hijo es algo natural? ¿Sin anestesia?¿Desde cuándo, si puede saberse, lo natural es lo más saludable? ¡Lo natural es morirse!. ( He dicho que no iba a comentar nada).


Por resumir, te pasas 9 meses intentando esquivar a tus amigas por la calle, sobre todo a esas que te dan besos en la barriga y dicen ¡qué alegría más grande!, con los ojos llenos de lágrimas. Tú sólo quieres poder volver a moverte con dignidad fuera del agua.


Parecía que iba a nacer el niño, fuimos al hospital y a los tres días llegó al mundo algo parecido a un bebé, a decir verdad parecía un bebé si no fuera porque tenía la cara de Jordi Pujol, cosa que extrañó a todo el mundo ya que no éramos ni familia lejana. Toda la familia estaba emocionada, el primer nieto. Mi padre lo observó unos instantes y con mucho convencimiento manifestó a la concurrencia: No os preocupéis, a éste no nos lo quitan.

De lo que más me acuerdo es de la primera noche, aquella cunita transparente que pusieron al lado de la cama, mi marío roncando plácidamente en el lecho del acompañante, el niño con los ojos cerrados , no los había podido abrir aún, por lo hinchados que los tenía. Yo lo contemplaba con más curiosidad que afecto, qué raro, qué cosas tiene la vida, hay que ver, lo que somos, que nos creemos algo... y, de repente, esa criatura me estaba mirando ( Ya sé que los neonatos no ven nada, pero me miraba, os lo juro). Ahí estuvimos un buen rato sin quitarnos la vista de encima. Nos acabábamos de conocer y yo dejé de ser una niña a los treinta y dos años.