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miércoles, 2 de febrero de 2011

LA VIDA VERDADERA DE: alacena de las monjas




El viaje era largo desde Alamon, su planeta de nacimiento,ese lugar del Universo al que tardaría tanto en volver. Se dirigía a un astroremoto, carente de interés para los alamonitas, un planeta sin importancia enlos confines de todas las galaxias, un ignoto y aislado lugar denominadoTierra, que poseía una corteza sólida, rocosa y recubierta de líquido, donde sehabía detectado vida.

Aún le molestaba el plexo como consecuencia del tratamientolinfotérmico al que había sido sometida junto a la implantación subcutánea dela alimentación vitalicia. Tierra estaba tan lejos que durante el viaje habíadebido romper dos barreras de tiempo. Gracias al tratamiento, su vida no seajustaría a los nuevos parámetros temporales y, excepto si las descargas delinfotes no habían sido suficientes, viviría en Tierra millones de años. Perosin embargo, cuando regresara a Alamon al final de su vida activa, aún podríaencontrarse con los alamonitas que había conocido antes de marchar.Simplemente, su cuerpo actuaría como si no hubiese traspasado barrera de tiempoalguna y envejecería como si jamás hubiera salido de Alamon.

Los tres primeros años de viaje habían transcurrido tambiénen Alamon, pero tras la primera barrera temporal, los tres años siguientes sehabían computado allí como un brevísimo instante. También ella había envejecidomenos de una milmillonésima de segundo. Subjetivamente, sin embargo, el viajeque llegaba a su fin había durado seis años, tiempo de sobra para lamentarse desu destino, para intentar aceptar que iba a pasar el resto de su vida activacompletamente sola junto a cuatro bacterias. Que cada año en Alamon equivalía acien millones y que los viviría todos, uno por uno. Sesenta años, la vidaactiva normal de cualquier alamonita, serían para ella seis mil millones deaños, una cantidad asombrosa de vida, que le costaba concebir. Cuando vislumbróel planeta, una pequeña piedra en una galaxia muy menor, se dio cuenta de queaún no había conseguido aceptar su suerte y que quizá nunca lo haría.

Tierra tenía mucha materia líquida sobre su superficierocosa. Dentro de aquel mar se encontraba su objeto de estudio, las bacteriasque supuestamente nadaban en él, sobre las que tenía rigurosamente prohibidacualquier intervención.  Su trabajo sereduciría a observarlas y describirlas, y a elaborar un informe que seredactaría una vez cada ciento treinta y seis mil novecientos ochenta y seisdías en Tierra, y se recibiría dos veces al día en Alamon. Mucho tiempo parapensar, para rebelarse contra su suerte. Cuando su pequeña nave se desvaneciósegún lo establecido, hizo un esfuerzo para no lanzarse a la nubedesintegradora. En pocos minutos, la única posibilidad de regresar a casa sehabía esfumado. Sin la menor esperanza, exploró parte del planeta en suvehículo adaptado. Por todos lados el mismo líquido acuoso, excepto pequeñasacumulaciones de rocas sedimentarias emergiendo. Nada más.

Enseguida supo que dedicaría todos sus esfuerzos a intentarescapar de Tierra. Sin embargo, a pesar de poseer todos los conocimientos parahacerlo y de traer algunos aparatos, carecía de todo, allí sólo había un caldoespeso, rico en moléculas de todas clases, aunque en absoluto utilizable parala huída. Pero sobre todo carecía de lo esencial: muchos más alamonitas con losque desarrollar de la nada la tecnología que le haría posible regresar aAlamon, donde intentaría vivir de incógnito. Además, la falta de una atmósferacon oxígeno indicaba que aquel planeta, en cuanto a vida se refería, jamástendría otra cosa que un puñado de bacterias anaerobias. Tras comprobarexhaustivamente esta hipótesis, envió el informe de inmediato: las bacteriasencontradas en Tierra no tenían la menor posibilidad de evolucionar a nada másy se extinguirían en apenas una docena de millones de años. No quería imaginarlo que haría el resto del tiempo.

Tenía tiempo al menos. El largo tiempo de permanencia enTierra, justamente lo que más odiaba, se presentaba en aquellos momentos comosu única y razonable ayuda. Podría intentar forzar una evolución que hicieraposible la aparición de formas más complejas de vida. Si lo lograra, losmiembros de la especie más adecuada serían la mano de obra que necesitaba, sinla cual jamás podría escapar. Sonrió. Apenas tenía que aplicar algunosconocimientos de su educación primaria. Bastaba, para iniciar el proceso, queaquellas estúpidas bacterias se pusieran a realizar la fotosíntesis. El limo,por ejemplo, serviría. No era magia, era fotosíntesis, y luz había a raudales.

Tardó mil millones de años en lograr una atmósfera rica enoxígeno, mucho más de lo que había pensado al inicio. La culpa la tuvo laabundancia de hierro en el planeta, que lo absorbía todo. Tuvo que esperarpacientemente a que se oxidara. Por fin, el oxígeno empezó a acumularse en laatmósfera. Tenía que ser mucho para que formara una capa protectora contra losrayos ultravioleta del Sol. Todo consistía en contener al Sol para que los millonesde células marinas, que se desarrollaban a lo largo de ochocientos millones deaños en un mar que ya contenía oxígeno, abandonaran su refugio acuático yconquistaran tierra firme, una tierra emergida cuya superficie había aumentadonotablemente desde la primera vez que pisara Tierra.
Durante todo aquel larguísimo y aburrido tramo se divertíacambiando a su aire la composición de las células, ensayando miles decombinaciones distintas. Un día, casi por azar, logró la mutación de lareproducción sexual, que facilitaría mucho la propagación. Se sintió muyorgullosa y por un momento se olvido de que hacía un frío mortal. Tendríatambién que solucionar eso.

Lloró de alegría cuando vio prosperar la primera planta alaire libre. Era muy consciente de que, en aquel punto, ya podía inducir laaparición de cualquier especie, la que quisiera. Tenía de base extensosconocimientos que relacionaban absolutamente todas las variables de un procesoy llevaba en Tierra demasiado tiempo. Ese era todo el secreto. Ya estaba listapara iniciar la búsqueda de la especie elegida.
Los anfibios y los helechos, cuya invención en un principiole había parecido genial, poco a poco fueron perdieron interés. Decidióreducirlos drásticamente mediante una ligera modificación en el clima, algosencillo que tuvo como consecuencia la sequedad y la extinción de muchísimasespecies de su primer intento serio. Si lo que andaba buscando era laindependencia de los seres vivos del agua, lo más expeditivo era quitársela ypunto. La especie elegida sería un animal fuerte y completamente independientedel mar. Los reptiles, cuyo surgimiento impulsó febrilmente, parecían cumplirmucho mejor sus requisitos. Fuertes y vigorosos, ellos, junto a la grancantidad de vegetales que, casi como churros, había conseguido propagar, seríanlos verdaderos conquistadores de tierra firme, el primer paso hacia la únicaconquista que le importaba: el regreso al hogar.

Se entusiasmó con los reptiles y logró unas cuantasespecies, realmente enormes e imponentes, de grandes saurios. Pero pronto sedio cuenta de que, por mucha masa que alcanzaran, sus cerebros nunca podríandesarrollarse el mínimo que ella precisaba. Lo había comprobado varias vecesmatemáticamente, no había nada que hacer. Así que, un día especialmente nostálgico,decidió quitárselos de encima y buscar otras opciones. Ya había ideado especiesreptiles voladoras, aunque no resultaran, y la idea de levantarse del suelo lehabía atraído considerablemente. Harta de los dinosaurios y no ocurriéndoselenada mejor, alteró el magnetismo de los polos atrayendo a un meteorito que selos llevó a todos por delante.

El espacio terrestre había quedado libre para sus nuevosproyectos. El primero de ellos, las aves, que ya había iniciado en la etapa delos grandes reptiles aunque a pequeña escala, fue realizado ampliamente. Elsegundo proyecto iría en otra dirección: lograr especies que pudierandesarrollar una mínima inteligencia. Parecía claro que, aunque la reproducciónsexual había facilitado la propagación, la formación de nuevos seres en elexterior jamás permitiría un óptimo desarrollo del cerebro, pues un huevo a laintemperie no prosperaría expuesto durante largo tiempo. Era necesario, pues,que los nuevos seres vivos se formaran en un espacio protegido, donde pudieranestar más tiempo desarrollando su sistema nervioso. Tras mucho pensar y muchoprobar, un día dio con la solución: el lugar más seguro no podía ser otro quelas entrañas de las hembras. Además, dividió el plazo para el desarrollo delcerebro en dos fases: la primera tendría lugar en el interior de la madre y lasegunda al exterior pero profundamente ligado a ella. De este modo, por fintendría lugar el aprendizaje, algo que muy difícilmente estaba logrando en lasaves, y que sin embargo marcaba la diferencia respecto a la conducta instintivay automática. Se le ocurrió la brillante idea de proveer a las madres delalimento para sus crías, para que así se vincularan estrechamente y la críapudiera aprender de la conducta materna. Con la facultad de aprender establecida,la alamonita podría enseñarles todo lo que necesitaba que aprendieran. Aunqueen Tierra no había nadie ante quien presumir, y por supuesto nada de ello podíaser escrito en los informes, tras el invento de los mamíferos tuvo la clarasensación de ser un genio tontamente desperdiciado en un planeta inútil.

La vida junto a todas aquellas nuevas especies de aves ymamíferos, y la belleza de la vida vegetal que avanzaba exuberante, hicieronque, por primera vez en los más de dos mil millones de años de residencia enTierra, se sintiera feliz y en paz. No sabía cómo, pero había logrado elparaíso. Pese a ello, su sueño de marchar seguía intensamente vivo, mucho másahora que veía cercana la posibilidad de una especie realmente creada paraayudarle.

Tras alcanzar una notable variedad de mamíferos, estuvo untiempo dudando sobre la especie a la que dedicaría todos sus esfuerzos: elprivilegio en aquel entonces se lo disputaban cetáceos y simios.
Los cetáceos eran su debilidad emocional. Pasaba muchas horasjugando a su lado, esos animales tenían una notable habilidad para comunicarsecon ella. Pero habían sido creados simplemente por probar todas las variantesde mamíferos, y a ellos les había tocado ser la variante del mar. Dentro delmar, por desgracia, no le servían para nada.

Finalmente los simios fueron los escogidos, y entre ellosuna especie bastante agresiva, la humana. Pensó que podría aprovechar subelicosidad como motivación para el desarrollo tecnológico que debían lograr. Yno se equivocaba. La nimia importancia de los machos en la pervivencia de lasespecies de mamíferos podía serle útil si lograba imbuirles una autoconcienciaque les separara de todo lo demás. Decidió, con algún remordimiento, queforzaría la toma de poder de algunos machos. Sabía muy bien que abría una cajade Pandora, pero era por una buena causa: el regreso a casa. Seleccionó a dosmachos de una camada y los modificó para que canalizaran su agresividadnatural, no contra otros machos por el apareamiento, como solían hacer al igualque muchos otros mamíferos, sino contra absolutamente todo. Sólo asíconseguiría que explotaran los recursos de Tierra, riquísimos después de tantotrabajo, y a los individuos de su misma y otras especies para extraerlos.

El resto fue pan comido. Los humanos, a diferencia de loscetáceos, no podían comunicarse con ella excepto a través de los sueños. Mejorque mejor. Todo lo que hizo la especie humana a partir de entonces fue ejecutarlas órdenes, que algunos miembros recibían en sueños, de la alamonita.Moviéndoles a la guerra constante, desarrollaron una incipiente metalurgia quea ella le era vital. No podía explicarles que aquellos materiales seríanutilizados para la construcción de la nave en la que retornaría. Les decía, porel contrario, que servirían para mejorar sus armas y su potencial guerrero. Eramás que suficiente.

Tuvo entonces una seria duda moral. Se daba cuenta de queestaba pervirtiendo el cosmos. Tierra ya no era el paraíso de unos pocos milesde años antes. Se preguntó si tenía derecho a hacer eso. Pero, viendo que yaera demasiado tarde, que el monstruo que había creado avanzaba imparable,decidió llegar hasta el final para que al menos todo aquel sufrimiento tuvierasentido. Pronto logró que experimentaran con los átomos, un importante paso,que obtuvo, entre otras muchas cosas, un gran avance en las comunicaciones,algo que, junto a los materiales, era básico para alcanzar su objetivo. Nuevasfuentes de energía, ferrocarril, telégrafo, teléfono, y luego conexión enredes. Los belicosos humanos aprendían rápido. Fue esta la primera vez que pudocomunicarse con humanos en su vigilia. Y también la última. Por un brevísimotiempo chateó con algunos adoptando, por seguir la costumbre humana, un nombrepropio. Eligió Alacena de las Monjas porque en él estaba escrito Alamon.

Tras los átomos, llegó el conocimiento sideral, eldescubrimiento de las barreras temporales, de las ocho dimensiones, delUniverso sólido del cual el nuestro sólo era una burbuja. En Tierra, la naveestaba casi lista. La mayor parte de sus especies se habían extinguido. Lospropios humanos se habían reducido brutalmente y estaban, como todo lo vivo enTierra, a punto de fenecer. Los humanos habían llevado la guerra y laexplotación a niveles incompatibles con la vida. Un solo humano, dueño y señorde todo, aspiraba a huir en la nave. Sólo la alamonita sabía que nunca lolograría.

Contempló Tierra por última vez antes de rebasar Plutón.Seguía siendo azul aunque ya estaba muerto. Miró adelante. Alamon, su Alamon,la recibiría para morir también. Le había ganado veinte años a los sesenta devida activa, pero apenas viviría cuarenta más cuando llegara a su planetanatal. Y eso, después de más de tres mil millones de años, se sentía como estara las puertas de la muerte. No le importó, incluso lo deseaba. Estaba cansadade vivir.

Clarabt

6 comentarios:

mu buen relato, oseas.. que alacena es una alamonita que ... quiere volver a alamon y ... se comunicaba con los delfines pero con los humanos le costaba un poco mas... vaya vaya vaya...

Un relato genial.

ramond

Ramond. Yo siempre sospeché que Alacena era extraterrestre. Todo el mundo la ha visto en su salsa: escribe a la velocidad del sonido, contesta a todos, todidos todos, argumentando con prolijidad. Esto un ser humano no lo puede lograr ni jarto de vino.

He escrito este cuento para ver si, haciéndole la pelota, me deja al final subir en la nave.

Saludos.

Toda la vida creyendo que en 7 dias se habia creado "la de Dios", y en un momentito se nos ha hecho la luz con este relato.
Alacena,qué calladito lo tenías,(aunque algo ya se te adivinaba)

Muy imaginativa Clara,como siempre.

eva

Anda Eva, si no te había visto. Debe ser que hemos puesto los comentarios a la vez. Gracias, Eva.

Dios, qué imaginación. Me encanta.
¿soy yo o se ven mensajes subliminales entre líneas en plan fábula?
Gracias por el aporte.

Ya íntuía yo que Alacena era extraterrestre!!! genial, Clara, y desbordante de imaginación y con un final que me ha encantado.