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miércoles, 15 de diciembre de 2010

BESOS Y CONVERSACIONES

-Tenemos que hablar, me dijo, sin añadir nada más.
No hacía falta, siempre que teníamos que hablar era de lo mismo: de nosotros. O mejor dicho, de mi. Yo, en realidad, hacía tiempo que sabía la verdad: que cuando hay que hablar de nosotros, es que ya no hay nada que decir. Y sin embargo, callaba. O mejor dicho, hablaba. De nosotros. En realidad de mi.
- Tenemos que hablar, añadió.
Lo dijo sin mirarme, entonces comprendí. Hablaríamos de ella. De lo que sentía. O precisando, de lo que no sentía y debería sentir, y también de que no sentía eso que debería sentir precisamente porque yo se lo impedía.
Cuando yo era un buen chico y le hacía sentir las cosas que sí debía, nunca decía tenemos que hablar, simplemente, me besaba.
Ahora, mientras recuerdo al perro de Paulov y sus previsibles secreciones, pienso que era fácil distinguir lo que tocaba en cada momento.
Y es que, en realidad, no era tan difícil convivir con ella: todo se resumía en besos, y conversaciones sobre nosotros.
Tampoco estoy seguro de que las conversaciones prevalecieran sobre los besos. Aunque hoy, contaminado el recuerdo por los sentimientos, pudiera parecérmelo.
Pero seguramente, un observador imparcial, juzgándonos por nuestro reiterados comportamientos, podría afirmar que, sin duda, yo prefería los besos y ella las conversaciones.
Y sin embargo, lo que hablábamos casi siempre trataba de que ella prefería con mucho los besos, pero yo era la causa contumaz de que siempre tuviéramos que hablar de nosotros.

Miquel Silvestre - Dínamo Estrellada (Ediciones Barataria)

1 comentarios:

Me gusta mucho lo bien que lo ha colocado, Miguel.
Un beso. Ziencia