REYES MAGOS
"A la memoria de Antonio, que hizo que
creyera, en las noches de lluvia, en los
Reyes Magos. Y que aún siga, hoy, mirando al cielo"
CAMINO DEL HOSPITAL
I
Llovía torrencialmente. El coche se bamboleaba de un lado a otro, sorteando los baches de una carretera comarcal aún sin asfaltar. Oscurecía poco a poco. El conductor maldijo esa noche de perros que sin piedad iba sumiendo a la carreterucha en charcos de barrizal.
El coche era muy viejo. La espuma de los asientos asomaba por las rajas del cuero que lo revestía. Las ventanas hacía años que no se bajaban. Estaban rotas. Techo y puertas aparecían con oxido amamantado por el frío y la humedad durante muchos inviernos. Ya no recordaba, siquiera, cuantos. El motor semejaba el sonido de una voz ronca y ajada, de fumador agonizante que cada amanecer emitía el penúltimo estertor cuando tosía. Algún día sería el último.
Miró por el espejo retrovisor. Ojalá también estuviese destrozado, como todo lo demás. Pero no, allí permanecía incólume, inalterable, como fiel apuntador de una escena en la que no existían actores. Maniobró torpemente con su mano derecha y el espejuelo comenzó a desgranar ante sus ojos el granizo que golpeaba, airado y virulento, la chatarra en que se había convertido el viejo taxi. Ya no sentía más que la respiración de las tres personas que ocupaban el asiento trasero. No veía, por fin, sus súplicas.
UNAS HORAS ANTES
II
Había decidido que esa tarde, día de Reyes, no saldría de casa. El taxi lo aparcaría en el almacén de fruta que, ocasionalmente, utilizaba como garaje. Cuando pasó por delante de la casa de Antonio, vio a su sobrina correteando en la puerta. Era extraño, la niña muy pocas veces jugaba en la calle. Los pantalones de lana y botas katiuskas, el abrigo con el cuello subido y apresado por una bufanda de mil destellos, el sombrero de lana y los guantes, dejaban ver sólo una figura pequeña, muy pequeña. Pero sobre el color rojo del gabán, conmovía una mirada cálida, suave, sosegada. Recordó a la madre de la criatura. Había heredado sus ojos.
LA CAÍDA
III
Subió a su casa y abrió la ventana del salón, ese que daba al lejío. Debía de haber limpiado el coche antes de encerrarlo. Pero, ¿para qué? Era innecesario. No se puede quitar nada de lo que ha prendido en la piel de un cuerpo o en el esqueleto de un cacharro. Sería malgastar el tiempo. Escudriñó la tarde y observó como preparaban, en el prado de José Cazorla, las carrozas que recorrerían las callejuelas del pueblo con falsos Reyes Magos. Le hastiaba tanta mentira basada en leyendas arcaicas. No se quedaría allí para soportarlo. Llamaría a Soledad y sortearía con ella la noche. Sí, es lo que haría. Cerró despacio la ventana y encendió la chimenea.
¡MALDITA NIÑA!
III
Dormitaba cuando escuchó la aldaba del portalón de la entrada. La hermana de Antonio la golpeaba con desuello. En sus brazos acurrucaba a la niña. Se había caído y su pierna izquierda iba quebrada en mil pedazos. En ese pueblucho no existía más que un transporte público, el suyo, por lo que estaba obligado a trasladarla al hospital más cercano, a setenta kilómetros, en una noche propia de los infiernos. La niña lloraba sin voz, solo con lágrimas y la mirada. Y así fue todo el trayecto hasta llegar al centro médico. Ni un leve quejido. ¡Maldita niña! Él hubiera gritado.
ANTONIO
IV
La mañana transcurrió con la misma dureza de siempre. La cantera no da tregua ni un instante, ni tan siquiera en la noche de los sueños. Pero pudo comprar los regalos de Reyes para su sobrina, y sólo faltaba envolverlos. Preguntó por la chiquilla después de traspasar el umbral de la casa. Cuando le dijeron que iba camino del hospital, su rostro se endureció y golpeó los barrotes de hierro con los nudillos agrietados. ¿Cuántas veces más tendría que visitarla allí? Mientras retiraba la sangre de sus dedos con un pañuelo, contempló como los críos chapoteaban sobre los charcos y, de vez en cuando, paraban para tocar la zambomba con un ruido propio de mil demonios. Eran las seis de la tarde y seguía lloviendo torrencialmente.
Tenía diecisiete años y utilizaba para desplazarse la vieja bicicleta que se compró con su primer sueldo. No necesitaría más que un impermeable para él y otro para cobijar los regalos. Pero el desplazamiento en esa especie de amasijo de hieros era imposible, y únicamente encima de algo con motor podría llegar a tiempo. Recordó a Nemesio y su cochambroso vespino, y se lo pidió prestado. Nemesio le recomendó que no viajase esa noche, porque era cerrada y cruel, y en cualquier recodo podría sorprenderle el fantasma de lo inesperado, el susto de lo desconocido. Antonio lo miró y nada dijo. Se subió el cuello de la chaqueta y levantó el rostro para sentir el golpe seco de la lluvia. Golpeaba fuerte, pero no podía sentir ya más dolor.
Siete de la tarde. Niebla y lluvia. Relámpagos que habían cortado el suministro eléctrico y obligado a prender velas para alumbrar las salas. Las farolas de las calles estaban calladas, inertes, cuando abandonó el pueblo y tomó la carretera embarrada camino del hospital.
EL TAXISTA
A la niña tuvieron que intervenirla urgentemente. Quise marcharme, pero no pude. Los ojos de esa criatura lograron prender en lo poco que me quedaba del alma. Ni siquiera los pechos turgentes y la calidez del vientre de Soledad me arrancaron de la puerta del quirófano. Pasaron tres horas.
Un cigarrillo. Necesitaba fumar un cigarrillo. Se escuchaba un villancico y belenes y bombillas sorteaban los pasillos cuando caminaba hacía la entrada del recinto. No había nadie traspasando la oscuridad de la noche. Vil noche para tantos niños que soñaban con sus Reyes Magos postrados en una cama blanca. Vil noche para todos aquellos que no pusieran a los pies de cada uno de ellos, esa noche, una mano de Rey Mago. Con rabia tiré el cigarrillo a la calle. Levanté la vista y algo me detuvo allí, expectante. Era una tenue luz.
Antonio se acercaba arrastrando una motocicleta. El barro había impregnado hasta su barba y las manos aparecían amoratadas por el frío. Me preguntó por su sobrina y le dije que aún estaba en el quirófano. Le ayudé a bajar los paquetes y me pidió que se los guardara mientras iba al lavabo. Cuándo salió, ni rastro había en parte alguna de su cuerpo que explicara el temporal que había tenido que traspasar para estar allí esa noche.
LA NIÑA
Noche cerrada. La criatura, aún bajo la anestesia, aferraba, con una de sus manos, la de la vieja abuela que estaba a su cabecera. Antonio la miraba y esperaba que abriera los ojos. Taciturno, paseaba por la estancia y recolocaba los juguetes de su sobrina, ahora encima de la mesilla, después a los pies del camastro. Nadie hablaba, ni siquiera se preguntaban que demonios hacía yo allí. Eso, ¿por qué cojones estaba yo allí?
Era de madrugada cuando pudimos volver a contemplar sus hermosos ojos. Miró a su abuela, a su tío, a mí, y finalmente, los regalos depositados sobre la colcha. Cogió y abrió cada uno de ellos y seguía sin sonreír. La niña comenzó a mirar, pensativa, el campo a través del ventanal. Un niño, en muletas, miraba, también, a través de la misma ventana. No tenía regalos depositados sobre su cama.
Fijó sus ojos en su abuela y, por primera vez, sonrío y comenzó a dibujar. Cuándo terminó, le extendió el papel a su tío y sus ojos se llenaron de lágrimas. Eran tres Reyes Magos. Y debajo de uno de ellos había escrito Antonio.
Muchos años después, cuando ya paso mis últimos días sentado en la puerta de mi casa, ella me acompaña alguna tarde de verano y me habla sobre su vida. Y yo la escucho. La última vez me preguntó la razón por la que yo había permanecido junto a ella esa infernal noche de Reyes. Y fui totalmente honesto cuando le contesté: porque tenías los ojos de tu madre y porque sabía que Antonio estaría allí esa noche. Por las dos cosas mereció la pena no besar los pechos de Soledad.
Alacena de las Monjas
15 comentarios:
Sin palabras, ni siquiera sé decirte si está bien o fantásticamente escrito.
La historia es conmovedora y la mirada de la niña también, incluso a día de hoy.
No se que me gusta más , si la historia tan bien contada o los ojos tan abiertos a la vida de la niña.
Hermoso todo!!
beso
Muy bien escrito, me jode venir hasta acá para leerte, pero como no hay mas remedio, vengo,
Saludos Alacena, Felíz Año Nuevo.
Lamarmar es fea de cojones
magnifico relato, estupendo,
No sabia que escribieras tan bien... Alacena, no lo sabia, y resulta que es un texto magnifico,Vaya vaya vaya...
Patricio esta admirado, debido a una historia tan hermosa
gracias alacena... precioso cuento de navidad
Akimana, Mar, Ramondd, Theudis, gracias.
Espíritu de la Navidad: que se haya desplazado su eminencia del lenguaje hasta aquí para leerme, merece, ¡vivediosquesí!, justa réplica y en el lugar adecuado, así que espere usted al medio día, en que tendrá cumplida respuesta a su interés por leerme, en este blog, aunque no en este lugar!
Un saludo.
Alacena de las Monjas
Un auténtico tostón sin contar lo ñoñísimo que es.
Anónimo cobarde.
Me gusta distinguir entre saber escribir y saber narrar. Los grandes autores de narrativa dominan ambas cosas. El resto, la mayoría de los que lo intentamos, o bien narramos bien pero escribimos sin mucho acierto, o nos expresamos inteligente, original y sugerentemente pero narramos mal.
Alacenita, escribes mejor que narras. La buena noticia es que es más fácil aprender a narrar que a escribir, porque narrar tiene una buena parte de técnica y la técnica se aprende. Escribir, acertar con las palabras, en cambio, solamente depende de la inspiración, el acerbo cultural y léxico de cada cual, cosas todas ellas que nadie puede enseñar propiamente.
Y ahora la crítica constructiva concreta sobre el aspecto narrativo donde falla. En los relatos cortos, a no ser en plan experimental y yo no conozco ningún caso, solamente hay un narrador, o lo que viene a ser lo mismo, un único punto de vista. En tu relato, Alacena, lo sabes, hay dos narradores, uno impersonal en tercera persona en la primera parte del relato, y el personaje protagonista en primera persona, en la segunda. Pues bien, aunque lo hayas hecho adrede, esto no se debe hacer en la narrativa corta, que, por su propia naturaleza, exige un solo conflicto y no varios (este requisito lo cumples) y un único punto de vista. En la novela, sin embargo, se producen varios conflictos, pero aun así, excepto en contadas ocasiones, también se suele respetar ampliamente la norma del único narrador.
Por tanto, una de las primeras cosas que hay que hacer al iniciar un relato es escoger el narrador o punto de vista. El objetivo siempre es el de mantener la intriga. Así pues, en mi opinión, si los sucesos narrados son lo fundamental, y no los personajes, quizá sea preferible la tercera persona, esa voz impersonal que sabe todo, que conoce lo que ocurre a todos los personajes en todos los lugares. Pero si lo importante del relato recae sobre el personaje protagonista, como en tu caso, creo que es mejor escoger la primera persona, que el protagonista narre en primera persona lo que le ocurrió, pues los hechos podrían parecer triviales, pero la empatía que nos provoque el taxista hará que queramos saber de su suerte. La empatía se logra al usar la primera persona.
Aprovecho para felicitar las navidades con retraso a todos los ex usuarios de los chats de elmundo.es, se encuentren donde se encuentren. Espero que nadie vea en este comentario arrogancia o mala intención. Se dice que el que tiene talento hace, y el que no, enseña. Yo enseño. La conclusión del silogismo os la dejo a vosotros.
Perdón. Acerbo significa agrio. En el sentido que yo le quería dar, se escribe acervo.
Je, je, glup.
Sin ánimo de polemizar.Acabo de leer tu comentario,Clara, y primero decirte, que me gustó mucho tu relato sobre la vida de TM.Me pareció ingenioso, me atrapó hasta el final. No me paré a distinguir si estaba bien escrito o bien narrado,simplemente me pareció muy bueno.De todas formas,no me hubiese atrevido a darte las pautas de como debías haberlo escrito (según mi opinión),porque es tu relato, y cada uno lo escribe como le sale del corazón o de las tripas, según el caso. Me parece muy bien que dés tu opinión sobre cómo se debe escribir bien técnicamente, pero en un post aparte, no vinculado a un cuento. Creo que la gente que escribe por aquí, ya hace bastante con exponerse a las criticas, generalmente de amig@s(por tanto,como la tuya, de buen rollo) y también de anones, (malintencionadas la mayoría de las veces)como para que auque sea con buena intención,te analicen como si estuvieses en un instituto.Esto tal vez desanima a algunas personas a "colgar"sus cuentos o sus experimentos con la escritura por estos lares. Es sólo una opinión,Clara:la mía. Un saludo.
Evasummun
Eva, tienes razón. Gracias por decirlo y además de una forma tan amable. Dos minutos después del comentario ya me estaba arrepintiendo de haberlo puesto. Y exactamente por los motivos que tú das.
Lo que pasa, aunque eso no me disculpe, es que la tarde anterior había estado hablando de eso en una clase. Y por eso, zas, sin pensarlo, me puse a dar una opinión que, tienes mucha razón, no creo que sea este el sitio para darla.
Me había puesto muy contenta de ver un relato de Alacena, una de las mujeres que más admiro tanto dentro como fuera del chat. Por eso también se me fue la mano al opinar. Lo siento de veras y no volverá a ocurrir.
Gracias, Eva.
¡Oño, Clara, como se te ocurra arrepentirte, entonces sí que la tenemos! Jajaja, me ha encantado tu sinceridad, porque es lo que más me gusta de las personas. Y si además esa sinceridad conlleva una de las mejores críticas literarias que he leído sobre un texto mío, ni te imaginas como te lo agradezco.
Pero es que, además, es una de las más acertadas reflexiones literarias que he leído que, además, está rigurosamente explicada y muy bien argumentada, desde el punto de vista de la Literatura, con mayúsculas.
Gracias de nuevo, Clara, y espero que este fin de semana tenga un poco de tiempo para poder debatir sobre la importante cuestión que planteas.
Un saludo.
Alacena de las Monjas
Eva, gracias por leerme.
Y espero que cuando me leas, me puedas decir las pautas que consideres que debo de seguir. Tuve una profesora excelente, de Literatura, que siempre me decía que valorase muy bien aquello que pudiesen decirme las personas desde una opinión sincera, vertida con el corazón, o con las reglas litararias, o con ambas, porque eran las que de verdad hacían crecer a la persona que escribía, en muchos aspectos y ámbitos.
Y sí, es cierto que cuando escribimos, nos exponemos a las críticas. Y debe de ser así. Pero también debemos de saber qué críticas debemos de tener en cuenta, las sinceras, tanto positivas como negativas, y las que no lo son, también, tanto positivas como negativas.
Espero poder seguir leyéndote, Eva, tanto en lo que quieras opinar sobre mis textos, como en el del resto de las personas que colaboran aquí.
Un saludo.
Alacena de las Monjas
¡Anónimo Cobarde, es un tostón de narices, ya te lo digo yo!
Y ñoño, pues también, que no en vano una escuchara en la radio la radionovela aquella de "Lucecita".
Un saludo.
Alacena de las Monjas
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