Es buen invento ese de las gomas para los tiempos que corren y, como se supondrá, no estoy de acuerdo para nada con la doctrina de la Santa Madre Iglesia respecto al control de la natalidad. Eso de los métodos naturales, el Ogino Knauss de las narices, tomarse la temperatura o tentar las trompas de Falopio a ver si están dilatadas y el óvulo anda dándose una excursión por ahí son cosas peores que intentar acertar en un botijo con una escopeta de feria. Luego pasa lo que pasa. Y de los países de África donde la gente cae como moscas por el sida, ni hablo, que me cabreo.
Yo los conocí tarde (a los preservativos, no a los africanos). Entre que en mis tiempos jóvenes era la mar de difícil conseguirlos y entre que estábamos en plan ácrata, tirando a naturalistas idealizados con las doctrinas del rojerío, pues nada, a pelo que es muy sano. Naturalmente, me casé de penalty.
Una vez formada la familia como Dios manda, había que ir sentando la cabeza, así que un buen día nos acercamos al ginecólogo. Después de aguantar un chorreón de preguntas sobre el uso, costumbres, períodos, molestias, etcétera, en fin que nos hizo la ficha, llegamos al asunto principal de la cuestión. Bueno –nos dijo- ¿y que les pasa a ustedes?. Tomé la voz cantante porque a mi mujer le daba algo de corte: ¿A nosotros? Nada. Es que queríamos que usted nos recetara la píldora más adecuada. (Si por aquel entonces las gomas eran difíciles de conseguir, de la píldora ni te cuento). ¡¡¡ Joder con el ginecólogo !!!. Vaya rebote que se cogió. Joven... –me dijo con cara de muy mala leche- mi moral no me permite recetar esas cosas a dos personas sanas como ustedes.
Eso de la moral fue la coletilla, porque antes se anduvo explayando en plan católicamente educativo. Espere, espere... –le balbucí yo- pero... ¿eso de la moral evita los embarazos?. ¡Claro, hijo! –me contestó él-. Ya, ya... –le respondí- . O sea, que usted dice que cuando tengamos ganas de follar, nos agarramos a la moral y tan panchos. ¿Y eso de la moral tiene sexo o hay que adivinarlo?. A ver si nos vamos a equivocar y yo me vuelvo lesbiano y mi mujer maricona....¡Usted lo que es es un mal hablado! –me chilló el ginecólogo todo colorado-. Si –me despedí yo-. Y usted es tonto -. Y nos levantamamos y nos largamos.
Pues así es como no me quedó más remedio que empezar a conocer a los preservativos. Como entonces no se vendían en las farmacias, me los agenciaba en el Rastro. Me acercaba los domingos por la mañana y me dedicaba a buscar y comprar vinilos de importación, de los que no se publicaban por aquí. Ya sabéis, cosas de Quicksilver Mensanger Service, de Graham Parker, De Crosby, Still, Nash & Young... en fin, gentuza de esa. Pues valían una pasta auqellos LP’s, 500 o 1000 pelas de las de entonces y de esto hace ya unos cuantos años. Había algunos puestos que, a escondidas, vendían las dichosas gomas. Tenían un cartelito no muy visible que ponía: “Hay caracoles”. Como se comprenderá, un domingo por la mañana entre tanto puesto y tanta gente, no es sitio para vender caracoles. Yo me acercaba y le decía al del puesto: “dos kilos de caracoles, por favor”. Y el tío -porque siempre eran tíos los que los vendían- me pasaba un envoltorio en papel de periódico con dos medias docenas de las gomas esas. Siempre eran de la misma marca, Bisonte, como los cigarrillos que hace poco volvieron a fabricarse y otra vez a desaparecer. Pues los Bisontes esos... no sé dónde cojones los harían, pero eran más malos que una piedra asteriscada en el riñón izquierdo. Eran duros, gomosos, estrechos, pequeños, arropados en un polvillo como en plan talco gordo, se rompían en cuanto te descuidabas, con lo cual para estar seguros había que ponerse dos y olían a caucho que echaban para atrás. Vamos, apestaban tanto a goma que había que realizar el ejercicio sexual a cámara lenta porque si uno se animaba en exceso olía algo así como cuando pegas un frenazo en la carretera y te dejas medio neumático en el asfalto. Total, que entre unas cosas y otras los dos kilos de caracoles llegaban, como mucho, hasta el jueves. Entre los dobles, los que se rompían y los excesos, aunque pocos, de la juventud.... Naturalmente, siempre existía la posibilidad de comprar cuatro kilos, pero los tíos que los vendían eran pocos, estaban juntos, además eran cobardes y supongo que debían tener su clientela y conocerse al personal porque nunca conseguí que me vendieran más de dos kilos.
Luego, con el tiempo, la cosa evolucionó. En el Rastro empezaron a venderlos sin tanto misterio. En las farmacias también, aunque no en todas. Al final, los acabé comprando en las sex-shops. No es porque me acercara a ver los artilugios o las películas que venden por allí, sino por dos razones esenciales: la primera, es que en las farmacias, usualmente quienes atienden son chicas. A mí no me da corte pedirlos, pero a ellas sí, lo cual tiene su morbo. La segunda, es que como vino la variedad de marcas, yo me quedé con una que no se venden en farmacias, se llaman Prime y son americanos. Pasa que con tanta leche de marca y variedades hay de todo: los finos, los rugosos, los lubricados, los de colores, los de olores, los de sabores, los de en plan espirituoso, los invisibles, los que no se notan, los que no traspasan, los gigantes, los medianos, los cabezudos, los comestibles, los apechugados, los fosforescentes, en fin, un lío. Además no sé porqué todos los preservativos de la misma marca los hacen del mismo tamaño. Algunos, te los colocas y se quedan flojos, en plena sesión vas y miras... coño... ¿dónde está la goma?. Y resulta que se ha ido a dar una vuelta vete tú a saber por dónde aunque el instrumento no se haya aflojado. Otras veces, vas y dices a la pareja: “Oye, no me aprietes tanto”. ¿Yo? –dice ella-. ¡Pero si llevo durmiendo hace media hora.! Y resulta que es una goma de esas apretonas y uno se creee que le quieren mucho.
Lo que no acabo de entender bien son algunas de estas características modernas: finos me parece muy bien, rugosos es opinión de la otra parte, los invisibles me parecen mejor, los espirituales pueden valer, los gigantes va en función del tamaño y la forma al igual que los cabezudos, los fosforescentes es posible que puedan tener una relativa utilidad si se está a oscuras con poca experiencia y no se atina, los de colores me resultan chocantes –estas cosas no son para hacer una fiesta en público-, los de los olores quizá ayuden si no hay duchas de por medio, pero los de los sabores, sinceramente, no les acabo de pillar la utilidad por más vueltas que le doy. Porque, que yo sepa, las chicas no tienen las papilas gustativas por debajo del ombligo. Y habida cuenta de que la utilidad principal del preservativo es evitar un embarazo, a no ser que alguna se quede embarazada por más sitios que por el habitual, sinceramente... me choca.
Aunque entiendo a la perfección la evolución natural de los acontecimientos, del látex y de las cremas, fluídos y añadidos suavizantes y todas esas cosas, colores, sabores o el Cristo que los fundó, lo que no ha evolucionado para nada han sido los envoltorios, que están de lo más obsceno y puñetero. Algo así como un CD comprado en plan legal, que a veces se necesita un cuchillo de monte para quitarles el celofán. Dios, a veces no hay quien les pueda meter mano, ya que estamos hablando en plan heterosexual.
A ver si me explico: uno llega con su chica o una llega con su chico... que si plin, que si plan, que si te toco, que si me haces cosquillas, qui ji ji , que ja ja, que un besito, que otro besito, que aun achuchón, que otro toque, que otro achuchón.Bueno, la cosa llega a mayores. Y va uno, con toda la confianza del mundo (y el otro mundo en plan ereccional) a sacar la biblia en pasta del último preservativo que se compró en la farmacia. De lo más caro, lo más lubricado, el tamaño justo, finito hasta decir basta, una joya de preservativo, vamos, el último grito, que sólo le falta coger y llevarlo a la tienda de cuadros para que le peguen una mano de barniz y lo encuadren en un marco en plan barroco como el que adorna Las Meninas. Ya te digo, la hostia de preservativo, sólo que está envuelto. Es cosa de poco. Las chicas son más pacientes, los tíos –aparte de capullos- nos ponemos nerviosos. Pues llega el tío y ataca la funda, es sencillo, tiene una muesca que se hace zas y ya está. Y una polla. La muesca no funciona. ¿tendré las uñas cortas? ¿se me fue la fuerza? ¿le doy la vuelta a la funda?. Es igual, no se abre
Joer, joer, joer.....
El chico piensa: la atacaré con los dientes. Vale, ataca. Otra polla. Eso no se abre, lo único que consigues es que se te mueva el canino izquierdo del maxilar inferior. Caguen la leche, la puta funda, te acuerdas de los muertos del diseñador del envoltorio y acometes un ataque mixto, es decir, uñas y dientes al unísono como si las uñas fueran Mick Jagger y los dientes fueran el guitarra ese que tiene cara de muerto cantando al unísono la canción aquella del Miss You, que siempre queda bien. De repente el milagro, la puñetera funda se abre de improviso y el dichoso preservativo, alegre por tanto masaje y de lo más suave con tanta lubricación pega un salto como si fuera un atleta de palanca y desaparece.
Esto ya es grave, sobre todo si sólo tienes uno. ¡Será cabrón! ¿Dónde se habrá ido?. Dentro de la comprensión generalizada que suelo tener ante todo tipo de acontecimientos, la verdad es que realmente me parece una ingratitud de lo más obscena que en ocasiones como esta un adminísculo tan sutil simplemente desaparezca. Y las otras, es decir, la contraria y la polla (con perdón) esperando. Ahora vienen las circunstancias. ¿hay luz o estamos a oscuras? ¿andamos en el bosque o en la playa? ¿hay cama de por medio? ¿con sábanas, mantas o colchas? ¿no estaremos en un coche? ¿llega gente pronto a casa o hay tiempo?.
Vale, busquemos el cabronazo ese del preservativo....
A oscuras es difícil. ¿será por eso lo de los fosforescentes?. Se pone uno a tentar y lo único que se tienta, para ser sincero, son otras cosas con lo cual el santo se va al cielo y no se encuentra nada. Si hay luz, es peor. La vista se va para cualquier parte menos a intentar encontrar esa cosa que es casi transparente. Con sábanas, mantas o colchas el artilugio ese se habrá metido por cualquier doblez, así que lo mejor es renunciar. En el bosque, si se encuentra, se habrá llenado de espinas de los pinos, las encinas, los alcornoques, de setas si se está en otoño o de cardos si se está en verano, con lo cual es fácilmente deducible que eso de los pinchazos en determinadas partes no son muy aconsejables.
En la playa es lo peor, con tanta lubricación se le pega toda la arena y tampoco es plan de ponerse uno en plan pez lija, que luego vienen las erupciones y todo pica. Y en el coche, joer, se puede haber metido en cualquier parte, en el cenicero, colgado del espejo retrovisor, forrando la palanca de cambios por idiosincracia o haberse colocado educadamente en el espejo de cortesía del acompañante a ver si le da un síncope.
En fin, lo mejor en estos casos –aparte de tentarse el pulso- es olvidarse uno del puñetero preservativo y encomendarse a la Virgen de la Regla o de las Minas para que aparezca en el sitio menos inoportuno, porque tampoco es plan que lleguen unos amiguetes a casa, descorches la mejor botella de vino que tengas, saques unas copas de las ocasiones especiales que andan en la cristalera de arriba, e, intentando quedar como un señor y un caballero, le ofreces el primer trago de vino a la mujer de tu mejor amigo en la copa más linda de la cristalería. Toma... prueba –le dices a ella con la más angelical de tus sonrisas-. ¡¡¡Toma !!! Y se encuentra uno, de repente, flotando en un Pesquera Reserva del 63 el puto cabronazo este de excursionista del preservativo. Naturalmente, se corre el riesgo de que te suelten algo así como: “Oye, Manué.... ¿esto no será una indirecta?".
En uno de esos extraños períodos en los que me daba por trabajar, es un decir, lo hice en un banco, en Auditoría Informática. Mi jefe principal, que era dos años mayor que yo, se llamaba Andoni pese a ser andaluz y a la vez un pez gordo, el Inspector General, con cargo de Director General. No nos llevábamos mal del todo, pero este tío era un currante de chúpame dómine. Por más temprano que yo llegase al banco, él siempre estaba allí. En cuanto me veía entrar, me localizaba a los dos minutos en la máquina del café. “Oye, Manolo, que he pensado que estas cuentas contables... que esta aplicación, que esta base de datos, que este proyecto....”. Y todo esto a las siete y cuarto de la mañana, enfrente de una máquina de café, medio a oscuras y con la planta casi vacía. “Joer, Ando... –le decía yo a veces-, sujétame un momento el café y perdona. Es que me estoy cagando”. Y me largaba a los lavabos, que estaban cerca. Este truco me funcionó tres o cuatro veces, que el muy mamón me caló enseguida y me seguía a los servicios. Aunque yo cerraba la puerta del WC el joío se quedaba fuera con los dos vasos de café y dándome la matraca sobre contabilidades extrañas, ratios de capital y swaps de depósito a medio plazo sobre divisas con apalancamiento en tipos de interés. Claro, que yo también sabía contraatacar, que conste. Si se ponía muy pesado hacia una “sforce di petto” y soltaba un par de ventosidades lo más ruidosas posibles. Cuando la naturaleza no me acompañaba, me subía la manga de la camisa y ejercitaba unas pedorretas de lo más originales en la parte interior del brazo. Habida cuenta de que Andoni no veía y sólo oía, daba el pego. Ahí nunca me pilló.
Todo esto de Ando viene al cuento porque solíamos desayunar juntos y una par de veces hicimos el gamberro con eso de los preservativos. Para hacerse una idea de la situación exacta hay que tener en cuenta que nosotros éramos unos tipos de lo más serios, éramos auditores, inspectores, gente de respeto, temidos, con despacho, secretaria, vestidos impecablemente con trajes gris marengo o muy oscuros, zapatos negros relucientes, camisas a medida con gemelos de diseño, de esas que te bordan las iniciales debajo de la tetilla izquierda (iniciales a colores de acuerdo con el color de la camisa) siempre encorbatados con cosas de seda oscuras y también a juego, nada de asuntos chillones, bien peinados, pelo cortito, reloj de esfera blanca y correa negra de cocodrilo, gesto adusto, Smint de menta en el paladar por si había que morder a alguien, elegantemente snobs... en fin unos auditores como Dios manda. Pues aquí mi jefe y yo, en un par de ocasiones despues del desayuno, nos pasamos por una farmacia. A comprar preservativos, con dos cojones. Bueno, cuatro porque éramos dos.
Para que la gamberrada tuviera más efecto, ese par de veces lo hicimos en farmacias en donde atendían chicas. Entran dos tipos por la puerta, bien trajeados y vestidos de oscuro, más secos que el palo de un churrero y se acercan al mostrador. Empezaba Andoni, que era más serio que yo y ya es decir: “Buenos días, señorita. Queríamos unas cajas de condones”. Claro está, la señorita al principio se cortaba y se ponía colorada. Luego sacaba a relucir su talante profesional y se aventuraba a preguntar que de qué marca los queríamos. “No sé, señorita –empezaba yo-. Aconséjenos usted, por favor”. Un corte para la chica, porque nos veía tan serios que no se atrevía a mandarnos a freir espárragos. Total, que le hacíamos a la pobre chica poner encima del mostrador siete u ocho cajas con las variades y surtidos de los que disponía la farmacia. La tercera parte del ataque era un diálogo que el susodicho Andoni y un servidor nos tirábamos en relación con las virtudes y propiedades de esta caja o la otra. Diálogo en plan serio y sumamente educado. Y la pobre chica aguantando mecha. La cuarta parte de la broma era cuando en ese diálogo no nos poníamos de acuerdo y empezábamos a abrir las cajas. “Señores, eso no se puede hacer –nos decía la dependienta-“. “Señorita, no se preocupe, todo lo que abramos lo pagaremos y nos lo llevaremos –le contestábamos”. La pobre mujer nos dejaba por imposibles y se ponía a atender a la gente que iba entrando, pensionistas con seis u ocho recetas, viejecitas, amas de casa, señores mayores... en fin un surtido completo de clientela. Y esto era lo mejor. ¿Alguien se imagina la cara que ponía la gente que se acercaba al mostrador y ve ahí mismo, a un lado, a dos tíos altos, serios, encorbatados y vestidos de oscuro con un muestrario de condones extendidos en el mostrador hablando de las conveniencias y trasparencias del adminísculo?. Joder, muy fuerte.
Cuando volvíamos al banco, descojonándonos por dentro, porque por fuera no nos estaba permitido reirnos, Ando me decía: “Cabronazo”. Y yo le contestaba: “Mamonazo”. El me decía: “Maricón”. Y yo finalizaba: “Tus muertos”. Será por estas cosas que cuando llegaba Marzo y repartían los cheques -el unte de los sobresueldos- en función del esfuerzo, dedicación, buen comportamiento y sumisión profunda al sistema capitalista -qué mejor que un banco- este Andoni siempre me soltaba uno de los cheques más gordos, aunque vete tú a saber el que le daban a él porque, todo hay que decirlo, era muy eficiente en el trabajo. Sobre el cual podría enrollarme siete u ocho folios más para ir abriendo boca. Pero eso es otra historia.
Yo los conocí tarde (a los preservativos, no a los africanos). Entre que en mis tiempos jóvenes era la mar de difícil conseguirlos y entre que estábamos en plan ácrata, tirando a naturalistas idealizados con las doctrinas del rojerío, pues nada, a pelo que es muy sano. Naturalmente, me casé de penalty.
Una vez formada la familia como Dios manda, había que ir sentando la cabeza, así que un buen día nos acercamos al ginecólogo. Después de aguantar un chorreón de preguntas sobre el uso, costumbres, períodos, molestias, etcétera, en fin que nos hizo la ficha, llegamos al asunto principal de la cuestión. Bueno –nos dijo- ¿y que les pasa a ustedes?. Tomé la voz cantante porque a mi mujer le daba algo de corte: ¿A nosotros? Nada. Es que queríamos que usted nos recetara la píldora más adecuada. (Si por aquel entonces las gomas eran difíciles de conseguir, de la píldora ni te cuento). ¡¡¡ Joder con el ginecólogo !!!. Vaya rebote que se cogió. Joven... –me dijo con cara de muy mala leche- mi moral no me permite recetar esas cosas a dos personas sanas como ustedes.
Eso de la moral fue la coletilla, porque antes se anduvo explayando en plan católicamente educativo. Espere, espere... –le balbucí yo- pero... ¿eso de la moral evita los embarazos?. ¡Claro, hijo! –me contestó él-. Ya, ya... –le respondí- . O sea, que usted dice que cuando tengamos ganas de follar, nos agarramos a la moral y tan panchos. ¿Y eso de la moral tiene sexo o hay que adivinarlo?. A ver si nos vamos a equivocar y yo me vuelvo lesbiano y mi mujer maricona....¡Usted lo que es es un mal hablado! –me chilló el ginecólogo todo colorado-. Si –me despedí yo-. Y usted es tonto -. Y nos levantamamos y nos largamos.
Pues así es como no me quedó más remedio que empezar a conocer a los preservativos. Como entonces no se vendían en las farmacias, me los agenciaba en el Rastro. Me acercaba los domingos por la mañana y me dedicaba a buscar y comprar vinilos de importación, de los que no se publicaban por aquí. Ya sabéis, cosas de Quicksilver Mensanger Service, de Graham Parker, De Crosby, Still, Nash & Young... en fin, gentuza de esa. Pues valían una pasta auqellos LP’s, 500 o 1000 pelas de las de entonces y de esto hace ya unos cuantos años. Había algunos puestos que, a escondidas, vendían las dichosas gomas. Tenían un cartelito no muy visible que ponía: “Hay caracoles”. Como se comprenderá, un domingo por la mañana entre tanto puesto y tanta gente, no es sitio para vender caracoles. Yo me acercaba y le decía al del puesto: “dos kilos de caracoles, por favor”. Y el tío -porque siempre eran tíos los que los vendían- me pasaba un envoltorio en papel de periódico con dos medias docenas de las gomas esas. Siempre eran de la misma marca, Bisonte, como los cigarrillos que hace poco volvieron a fabricarse y otra vez a desaparecer. Pues los Bisontes esos... no sé dónde cojones los harían, pero eran más malos que una piedra asteriscada en el riñón izquierdo. Eran duros, gomosos, estrechos, pequeños, arropados en un polvillo como en plan talco gordo, se rompían en cuanto te descuidabas, con lo cual para estar seguros había que ponerse dos y olían a caucho que echaban para atrás. Vamos, apestaban tanto a goma que había que realizar el ejercicio sexual a cámara lenta porque si uno se animaba en exceso olía algo así como cuando pegas un frenazo en la carretera y te dejas medio neumático en el asfalto. Total, que entre unas cosas y otras los dos kilos de caracoles llegaban, como mucho, hasta el jueves. Entre los dobles, los que se rompían y los excesos, aunque pocos, de la juventud.... Naturalmente, siempre existía la posibilidad de comprar cuatro kilos, pero los tíos que los vendían eran pocos, estaban juntos, además eran cobardes y supongo que debían tener su clientela y conocerse al personal porque nunca conseguí que me vendieran más de dos kilos.
Luego, con el tiempo, la cosa evolucionó. En el Rastro empezaron a venderlos sin tanto misterio. En las farmacias también, aunque no en todas. Al final, los acabé comprando en las sex-shops. No es porque me acercara a ver los artilugios o las películas que venden por allí, sino por dos razones esenciales: la primera, es que en las farmacias, usualmente quienes atienden son chicas. A mí no me da corte pedirlos, pero a ellas sí, lo cual tiene su morbo. La segunda, es que como vino la variedad de marcas, yo me quedé con una que no se venden en farmacias, se llaman Prime y son americanos. Pasa que con tanta leche de marca y variedades hay de todo: los finos, los rugosos, los lubricados, los de colores, los de olores, los de sabores, los de en plan espirituoso, los invisibles, los que no se notan, los que no traspasan, los gigantes, los medianos, los cabezudos, los comestibles, los apechugados, los fosforescentes, en fin, un lío. Además no sé porqué todos los preservativos de la misma marca los hacen del mismo tamaño. Algunos, te los colocas y se quedan flojos, en plena sesión vas y miras... coño... ¿dónde está la goma?. Y resulta que se ha ido a dar una vuelta vete tú a saber por dónde aunque el instrumento no se haya aflojado. Otras veces, vas y dices a la pareja: “Oye, no me aprietes tanto”. ¿Yo? –dice ella-. ¡Pero si llevo durmiendo hace media hora.! Y resulta que es una goma de esas apretonas y uno se creee que le quieren mucho.
Lo que no acabo de entender bien son algunas de estas características modernas: finos me parece muy bien, rugosos es opinión de la otra parte, los invisibles me parecen mejor, los espirituales pueden valer, los gigantes va en función del tamaño y la forma al igual que los cabezudos, los fosforescentes es posible que puedan tener una relativa utilidad si se está a oscuras con poca experiencia y no se atina, los de colores me resultan chocantes –estas cosas no son para hacer una fiesta en público-, los de los olores quizá ayuden si no hay duchas de por medio, pero los de los sabores, sinceramente, no les acabo de pillar la utilidad por más vueltas que le doy. Porque, que yo sepa, las chicas no tienen las papilas gustativas por debajo del ombligo. Y habida cuenta de que la utilidad principal del preservativo es evitar un embarazo, a no ser que alguna se quede embarazada por más sitios que por el habitual, sinceramente... me choca.
Aunque entiendo a la perfección la evolución natural de los acontecimientos, del látex y de las cremas, fluídos y añadidos suavizantes y todas esas cosas, colores, sabores o el Cristo que los fundó, lo que no ha evolucionado para nada han sido los envoltorios, que están de lo más obsceno y puñetero. Algo así como un CD comprado en plan legal, que a veces se necesita un cuchillo de monte para quitarles el celofán. Dios, a veces no hay quien les pueda meter mano, ya que estamos hablando en plan heterosexual.
A ver si me explico: uno llega con su chica o una llega con su chico... que si plin, que si plan, que si te toco, que si me haces cosquillas, qui ji ji , que ja ja, que un besito, que otro besito, que aun achuchón, que otro toque, que otro achuchón.Bueno, la cosa llega a mayores. Y va uno, con toda la confianza del mundo (y el otro mundo en plan ereccional) a sacar la biblia en pasta del último preservativo que se compró en la farmacia. De lo más caro, lo más lubricado, el tamaño justo, finito hasta decir basta, una joya de preservativo, vamos, el último grito, que sólo le falta coger y llevarlo a la tienda de cuadros para que le peguen una mano de barniz y lo encuadren en un marco en plan barroco como el que adorna Las Meninas. Ya te digo, la hostia de preservativo, sólo que está envuelto. Es cosa de poco. Las chicas son más pacientes, los tíos –aparte de capullos- nos ponemos nerviosos. Pues llega el tío y ataca la funda, es sencillo, tiene una muesca que se hace zas y ya está. Y una polla. La muesca no funciona. ¿tendré las uñas cortas? ¿se me fue la fuerza? ¿le doy la vuelta a la funda?. Es igual, no se abre
Joer, joer, joer.....
El chico piensa: la atacaré con los dientes. Vale, ataca. Otra polla. Eso no se abre, lo único que consigues es que se te mueva el canino izquierdo del maxilar inferior. Caguen la leche, la puta funda, te acuerdas de los muertos del diseñador del envoltorio y acometes un ataque mixto, es decir, uñas y dientes al unísono como si las uñas fueran Mick Jagger y los dientes fueran el guitarra ese que tiene cara de muerto cantando al unísono la canción aquella del Miss You, que siempre queda bien. De repente el milagro, la puñetera funda se abre de improviso y el dichoso preservativo, alegre por tanto masaje y de lo más suave con tanta lubricación pega un salto como si fuera un atleta de palanca y desaparece.
Esto ya es grave, sobre todo si sólo tienes uno. ¡Será cabrón! ¿Dónde se habrá ido?. Dentro de la comprensión generalizada que suelo tener ante todo tipo de acontecimientos, la verdad es que realmente me parece una ingratitud de lo más obscena que en ocasiones como esta un adminísculo tan sutil simplemente desaparezca. Y las otras, es decir, la contraria y la polla (con perdón) esperando. Ahora vienen las circunstancias. ¿hay luz o estamos a oscuras? ¿andamos en el bosque o en la playa? ¿hay cama de por medio? ¿con sábanas, mantas o colchas? ¿no estaremos en un coche? ¿llega gente pronto a casa o hay tiempo?.
Vale, busquemos el cabronazo ese del preservativo....
A oscuras es difícil. ¿será por eso lo de los fosforescentes?. Se pone uno a tentar y lo único que se tienta, para ser sincero, son otras cosas con lo cual el santo se va al cielo y no se encuentra nada. Si hay luz, es peor. La vista se va para cualquier parte menos a intentar encontrar esa cosa que es casi transparente. Con sábanas, mantas o colchas el artilugio ese se habrá metido por cualquier doblez, así que lo mejor es renunciar. En el bosque, si se encuentra, se habrá llenado de espinas de los pinos, las encinas, los alcornoques, de setas si se está en otoño o de cardos si se está en verano, con lo cual es fácilmente deducible que eso de los pinchazos en determinadas partes no son muy aconsejables.
En la playa es lo peor, con tanta lubricación se le pega toda la arena y tampoco es plan de ponerse uno en plan pez lija, que luego vienen las erupciones y todo pica. Y en el coche, joer, se puede haber metido en cualquier parte, en el cenicero, colgado del espejo retrovisor, forrando la palanca de cambios por idiosincracia o haberse colocado educadamente en el espejo de cortesía del acompañante a ver si le da un síncope.
En fin, lo mejor en estos casos –aparte de tentarse el pulso- es olvidarse uno del puñetero preservativo y encomendarse a la Virgen de la Regla o de las Minas para que aparezca en el sitio menos inoportuno, porque tampoco es plan que lleguen unos amiguetes a casa, descorches la mejor botella de vino que tengas, saques unas copas de las ocasiones especiales que andan en la cristalera de arriba, e, intentando quedar como un señor y un caballero, le ofreces el primer trago de vino a la mujer de tu mejor amigo en la copa más linda de la cristalería. Toma... prueba –le dices a ella con la más angelical de tus sonrisas-. ¡¡¡Toma !!! Y se encuentra uno, de repente, flotando en un Pesquera Reserva del 63 el puto cabronazo este de excursionista del preservativo. Naturalmente, se corre el riesgo de que te suelten algo así como: “Oye, Manué.... ¿esto no será una indirecta?".
En uno de esos extraños períodos en los que me daba por trabajar, es un decir, lo hice en un banco, en Auditoría Informática. Mi jefe principal, que era dos años mayor que yo, se llamaba Andoni pese a ser andaluz y a la vez un pez gordo, el Inspector General, con cargo de Director General. No nos llevábamos mal del todo, pero este tío era un currante de chúpame dómine. Por más temprano que yo llegase al banco, él siempre estaba allí. En cuanto me veía entrar, me localizaba a los dos minutos en la máquina del café. “Oye, Manolo, que he pensado que estas cuentas contables... que esta aplicación, que esta base de datos, que este proyecto....”. Y todo esto a las siete y cuarto de la mañana, enfrente de una máquina de café, medio a oscuras y con la planta casi vacía. “Joer, Ando... –le decía yo a veces-, sujétame un momento el café y perdona. Es que me estoy cagando”. Y me largaba a los lavabos, que estaban cerca. Este truco me funcionó tres o cuatro veces, que el muy mamón me caló enseguida y me seguía a los servicios. Aunque yo cerraba la puerta del WC el joío se quedaba fuera con los dos vasos de café y dándome la matraca sobre contabilidades extrañas, ratios de capital y swaps de depósito a medio plazo sobre divisas con apalancamiento en tipos de interés. Claro, que yo también sabía contraatacar, que conste. Si se ponía muy pesado hacia una “sforce di petto” y soltaba un par de ventosidades lo más ruidosas posibles. Cuando la naturaleza no me acompañaba, me subía la manga de la camisa y ejercitaba unas pedorretas de lo más originales en la parte interior del brazo. Habida cuenta de que Andoni no veía y sólo oía, daba el pego. Ahí nunca me pilló.
Todo esto de Ando viene al cuento porque solíamos desayunar juntos y una par de veces hicimos el gamberro con eso de los preservativos. Para hacerse una idea de la situación exacta hay que tener en cuenta que nosotros éramos unos tipos de lo más serios, éramos auditores, inspectores, gente de respeto, temidos, con despacho, secretaria, vestidos impecablemente con trajes gris marengo o muy oscuros, zapatos negros relucientes, camisas a medida con gemelos de diseño, de esas que te bordan las iniciales debajo de la tetilla izquierda (iniciales a colores de acuerdo con el color de la camisa) siempre encorbatados con cosas de seda oscuras y también a juego, nada de asuntos chillones, bien peinados, pelo cortito, reloj de esfera blanca y correa negra de cocodrilo, gesto adusto, Smint de menta en el paladar por si había que morder a alguien, elegantemente snobs... en fin unos auditores como Dios manda. Pues aquí mi jefe y yo, en un par de ocasiones despues del desayuno, nos pasamos por una farmacia. A comprar preservativos, con dos cojones. Bueno, cuatro porque éramos dos.
Para que la gamberrada tuviera más efecto, ese par de veces lo hicimos en farmacias en donde atendían chicas. Entran dos tipos por la puerta, bien trajeados y vestidos de oscuro, más secos que el palo de un churrero y se acercan al mostrador. Empezaba Andoni, que era más serio que yo y ya es decir: “Buenos días, señorita. Queríamos unas cajas de condones”. Claro está, la señorita al principio se cortaba y se ponía colorada. Luego sacaba a relucir su talante profesional y se aventuraba a preguntar que de qué marca los queríamos. “No sé, señorita –empezaba yo-. Aconséjenos usted, por favor”. Un corte para la chica, porque nos veía tan serios que no se atrevía a mandarnos a freir espárragos. Total, que le hacíamos a la pobre chica poner encima del mostrador siete u ocho cajas con las variades y surtidos de los que disponía la farmacia. La tercera parte del ataque era un diálogo que el susodicho Andoni y un servidor nos tirábamos en relación con las virtudes y propiedades de esta caja o la otra. Diálogo en plan serio y sumamente educado. Y la pobre chica aguantando mecha. La cuarta parte de la broma era cuando en ese diálogo no nos poníamos de acuerdo y empezábamos a abrir las cajas. “Señores, eso no se puede hacer –nos decía la dependienta-“. “Señorita, no se preocupe, todo lo que abramos lo pagaremos y nos lo llevaremos –le contestábamos”. La pobre mujer nos dejaba por imposibles y se ponía a atender a la gente que iba entrando, pensionistas con seis u ocho recetas, viejecitas, amas de casa, señores mayores... en fin un surtido completo de clientela. Y esto era lo mejor. ¿Alguien se imagina la cara que ponía la gente que se acercaba al mostrador y ve ahí mismo, a un lado, a dos tíos altos, serios, encorbatados y vestidos de oscuro con un muestrario de condones extendidos en el mostrador hablando de las conveniencias y trasparencias del adminísculo?. Joder, muy fuerte.
Cuando volvíamos al banco, descojonándonos por dentro, porque por fuera no nos estaba permitido reirnos, Ando me decía: “Cabronazo”. Y yo le contestaba: “Mamonazo”. El me decía: “Maricón”. Y yo finalizaba: “Tus muertos”. Será por estas cosas que cuando llegaba Marzo y repartían los cheques -el unte de los sobresueldos- en función del esfuerzo, dedicación, buen comportamiento y sumisión profunda al sistema capitalista -qué mejor que un banco- este Andoni siempre me soltaba uno de los cheques más gordos, aunque vete tú a saber el que le daban a él porque, todo hay que decirlo, era muy eficiente en el trabajo. Sobre el cual podría enrollarme siete u ocho folios más para ir abriendo boca. Pero eso es otra historia.
4 comentarios:
Te juro que no he sido capaz de fijarme en si está bien o mal escrito. Me ha ido enganchando, desde el princpio, y de la sonrisa he pasado, directamente, a las carcajadas. Gracias por tan buen rato.
Estoy tecleando con la barbilla. Me han puesto la camisa de fuerza... jajajajaja
Besos
Jajaja, lo del Rastro, todo un poema. Exquisito, como mínimo. Muy bien desarrollado y con un inteligente sentido del humor puesto al servicio de una muy atrayente y ágil narración.
¡Sobre la gamberrada, no me voy a pronunciar, y mucho menos, sobre el sistema capitalista, de momento!
Un saludo.
Alacena de las Monjas
JAJA vaya Alakano , esto me ilustra muy bien lo mal que lo han pasado en otras épocas por estas tierras ,!! jajaj con lo fácil que resulta ahora...
Lo de las gamberradas que querés que te diga ???
Si las intentas ahora seguro que la dependienta hasta te dice los que usa ,, jejej
un abrazo
tampoco he parado de reir!!
mar
Si has vivido eso, imagina la cara que ponian los farmaceuticos cuando llegaba yo, con 20 años, a pedir preservativos, jajajajajajajaj
Se quedeban estupefactos, jajajajaja. Pero, y lo bien que lo pasaba yo?
Besos, alakano. Me he reido bastante
Ziencia
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