A mi niño le han dado una medalla.
Resulta que mi suegro lo apuntó a un curso de natación, porque, según él, el niño tenía que aprender a nadar, porque todos los nietos de tres años de sus amigos pijos del “club” ya sabían nadar y el suyo no iba a ser menos. Así que, allí estábamos, mi marío y yo a las seis de la tarde para que el niño fuera con “el señor” a aprender a no ahogarse. Durante tres semanas el mismo cuento: el niño, por el desbarajuste del horario estival se despertaba de la siesta a las cinco con muy mala leche, había que ponerle el bañador, las chanclas y la camiseta a la fuerza, mientras gritaba ¡noooo, a la piscina con el señor nooooooo!
Una vez lo teníamos vestido, lo metíamos en el coche, y cuando conseguíamos atarlo a la silla, cerrábamos la puerta con el seguro para que no la abriera y se nos cayera en la carretera. El trayecto duraba veinte minutos hasta llegar al “club” y la mayor parte de ellos se oía:¡ noooooo, con el señor nooooooo! Con ese panorama mi marío se iba calentando (quiero decir que se enfadaba como una mona) y llegaba con un ataque de ansiedad a la piscina. Es que mi marío no es el Santo Job, qué le vamos a hacer.
Cuando llegaba “el señor” a la piscina, mi niño iba corriendo a darle un afectuoso saludo y un beso y lo miraba como diciendo : aquí estoy, para lo que convenga.
Yo me daba un chapuzón para olvidarme de la última hora y media y para no pensar que he parido un déspota desquiciado. Mi marío se sentaba en nuestra silla plegable a hacer sudokus de esos que sólo te dan en el recuadro la suma de dos números y allá te las apañes.
Tres semanas, tres. Todos los días lo mismo.
Y por fin, la recompensa.
El último día hicieron una exhibición. Los más pequeños se pasaron nadando una piscina olímpica sin manguitos ni nada. Y los mayores ya era perfeccionamiento de estilo y tal. Todos los padres y madres, incluyendo a mi marío, con sendas cámaras de video y fotografía digital para inmortalizar tan ansiado momento.
La entrega de diplomas y medallas, con los cámaras a la derecha, los niños a la izquierda, parecía la entrega de los premios Príncipe de Asturias, solo que iban todos en bañador.
Y ahí está mi niño retratado, todo un campeón, con los ojos medio cerrados por el sol, con la medalla colocada y el diploma boca abajo… para comérselo.
Y mi suegro dice que el año que viene lo apunta otra vez, para que no se le olvide lo de no ahogarse.
Resulta que mi suegro lo apuntó a un curso de natación, porque, según él, el niño tenía que aprender a nadar, porque todos los nietos de tres años de sus amigos pijos del “club” ya sabían nadar y el suyo no iba a ser menos. Así que, allí estábamos, mi marío y yo a las seis de la tarde para que el niño fuera con “el señor” a aprender a no ahogarse. Durante tres semanas el mismo cuento: el niño, por el desbarajuste del horario estival se despertaba de la siesta a las cinco con muy mala leche, había que ponerle el bañador, las chanclas y la camiseta a la fuerza, mientras gritaba ¡noooo, a la piscina con el señor nooooooo!
Una vez lo teníamos vestido, lo metíamos en el coche, y cuando conseguíamos atarlo a la silla, cerrábamos la puerta con el seguro para que no la abriera y se nos cayera en la carretera. El trayecto duraba veinte minutos hasta llegar al “club” y la mayor parte de ellos se oía:¡ noooooo, con el señor nooooooo! Con ese panorama mi marío se iba calentando (quiero decir que se enfadaba como una mona) y llegaba con un ataque de ansiedad a la piscina. Es que mi marío no es el Santo Job, qué le vamos a hacer.
Cuando llegaba “el señor” a la piscina, mi niño iba corriendo a darle un afectuoso saludo y un beso y lo miraba como diciendo : aquí estoy, para lo que convenga.
Yo me daba un chapuzón para olvidarme de la última hora y media y para no pensar que he parido un déspota desquiciado. Mi marío se sentaba en nuestra silla plegable a hacer sudokus de esos que sólo te dan en el recuadro la suma de dos números y allá te las apañes.
Tres semanas, tres. Todos los días lo mismo.
Y por fin, la recompensa.
El último día hicieron una exhibición. Los más pequeños se pasaron nadando una piscina olímpica sin manguitos ni nada. Y los mayores ya era perfeccionamiento de estilo y tal. Todos los padres y madres, incluyendo a mi marío, con sendas cámaras de video y fotografía digital para inmortalizar tan ansiado momento.
La entrega de diplomas y medallas, con los cámaras a la derecha, los niños a la izquierda, parecía la entrega de los premios Príncipe de Asturias, solo que iban todos en bañador.
Y ahí está mi niño retratado, todo un campeón, con los ojos medio cerrados por el sol, con la medalla colocada y el diploma boca abajo… para comérselo.
Y mi suegro dice que el año que viene lo apunta otra vez, para que no se le olvide lo de no ahogarse.
3 comentarios:
Es genial la imagen de tu marido haciendo sudokus, jajajajajajaja No sé, me recuerda a alguien...
jajajjaja ilusa que rebelde eres... haces un retrato de la vida cotidiana y... no paras de quejarte...
mu chulo el relato.
ramondd
Jajaja, genial, Ilusaa.
Un saludo.
Alacena de als Monjas.
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