Extraigo del armario las medias negras que tú me regalaste.
El escenario está silencioso.
No hay público, porque hoy sólo actúo para un ánima.
Surge el contoneo frenético y recuerdo a un hombre cabizbajo.
Surgen los pechos de una mujer y resucita la pasión de un amante.
El sombrero entre las manos, y apreso tu recuerdo.
El rostro entre las rodillas, y las medias esconden mis lágrimas.
Quiebro mi cintura y sé que ha llegado, ya, el amargo final del tango.
De nuestro tango.
LA NOCHE
Nos encontramos hace cinco años.
Cruzamos las vidas al acercarse la oscuridad en una esquina de esa aldea en que nos perdemos cuando ya no nos queda ni el aliento para expirar. Un abrigo y unas medias de seda negra eran toda mi riqueza aquella noche. Desde entonces, la música de un tango aún no escrito conduce mis labios hasta apresar tus ojos y odiar tu libertad y mi recuerdo. Dolor y pasión, tristeza efímera que deja paso para sentir el amor y la ira contenida de tu abrazo. Sólo contigo he bailado ese tango que nos hace ceder cuando te beso. En esa danza no hay miedos, ni esperanzas, ni sueños, sólo el delirio de dos cuerpos acariciándose, separándose, odiándose, amándose. Es nuestro tango.
Dices que mis pasos te llamaron aquella primera vez. Que tú no escuchabas las palabras, solamente escudriñabas las pisadas del silencio, y que las huellas cálidas de mis pies desgranando una melodía que nunca habías escuchado, te hicieron seguirme. Me dijiste que oíste las notas de un violín clavadas en mi cintura, la pasión de un piano desafinado y la ternura de una guitarra que no sabía, aún, a quién tenía que acariciar. Sentiste el canto más triste que nunca haya perfilado el alba. Supiste que no tenía a nadie con quién bailarlo.
Hoy has venido al cabaret. Levantas tu copa y brindas. Sé que mañana iré a buscarte.
MAÑANA
Son las tres de la madrugada y no hay nadie en las calles. El frío es intenso, como siempre que vengo a éste pueblo. Un pequeño charco nacido de la lluvia aparece amordazado por el hielo. El carámbano brilla bajo la luz de la farola, y en el centro aprietan tres rendijas que poco a poco van resquebrajando la suavidad del agua. Me inclino y acaricio esa hendidura que se asemeja demasiado a la vida. Sólo un quejido al romperse y llegará a ser como la existencia.
Al levantarme, recuerdo a quién he pagado y la razón.
Bordeo el barrizal y camino hacía la casa. Únicamente me arropan, de nuevo, un abrigo y medias de seda negra. Alguien me dijo alguna vez que, así cubierta, hablaba de pasiones contenidas, de vivencias que rompía, a solas, cada anochecer y que recomponía igualmente, en soledumbre, cuando despuntaba el alba.
Abrí la puerta y allí estabas.
EL LECHO
Mientras te beso, el abrigo se desliza suavemente, hasta retorcerse en el suelo. Nos tendemos sobre un lecho de sábanas rojas con tu camisa, blanca, que aprisiona mi espalda hasta casi quebrarla. Parece que espera tu sangre. En el cenicero se van apagando los cigarrillos, igual que hemos ido gozando nuestros cuerpos y consumiéndonos éstos meses, sin pausas. Varios candelabros alumbran la estancia y miro, cuando apresas mis pechos, las baldosas, tan iguales a las de entonces. ¡El pasado, ese maldito pasado que me enloquece, tanto como el hombre ante el que estoy sucumbiendo!.
Cuando todo termina, me abrazas y cubres mi desnudez con la sábana. Me cuentas hermosas historias muy pegadito al oído, y yo escucho mientras cierro los ojos.
Suenan las siete de la mañana en el reloj de la plaza. Te levantas y, mientras callo, depositas en mi mano una rosa amarilla, mis preferidas. Es tu despedida, igual que siempre. Pero sé que no volveremos a encontrarnos otro amanecer, ni nuestras dos soledades deambularan silenciosas ninguna otra noche.
Te han disparado cuando abrías la puerta. Dos tiros frente a mí, y ni un gemido se escapa de mi garganta. No hay llantos, ni palabras, ni lamentos, ni abismos ni infiernos por el hombre que acaban de acribillar a balazos. Porque cuando apretaban el gatillo, mi alma estaba ya muerta.
Me he arrodillado para abrazarte. Me miras y sacas del bolsillo de tu camisa, antes blanca, ahora rojiza, un papel. Chorrea la sangre por la comisura de tus labios y la bebo con mi último beso. Un temblor sin valentía y un estertor agudo, y yaces muerto entre mis brazos. El folio, arrugado, quema mis dedos tanto como la sangre que intento taponar con mi piel. Lo extiendo sobre tu pecho y leo.
Sabías quién era y que te mataría.
Ejecutaste a mi padre cuando yo tenía doce años. He encargado que te maten, en su nombre.
CABARET
Vomito sobre las butacas de la primera fila, vacías. Es tu hijo, que se retuerce en las entrañas. Quiere nacer. Pero yo ya no tengo vida. Asesiné mi esencia de mujer cuando pagué tu ejecución.
Alacena de las Monjas
5 comentarios:
Ala, has dejado al personal mudo de admiración. Bien, romperé el hielo. Una prosa cuidada, a veces poética, como una exposición fotográfica de imágenes en una película de cine negro tórrida y apasionada con final infeliz. El mejor halago que se me ocurre hacerle a tus líneas es afirmar que invita a la re-lectura para poder empaparnos con todas y cada una de sus descripciones. Y lo de las medias negras mola. Sabina tiene una canción llamada así que dice: “… de estufa, corazón, te tengo a ti” , cosa que no viene mal en estos días helados. Agradecido por el aporte.
Jodó Ala, me sorprendes!. No te imaginaba escribiendo tan poética, tan desgarradoramente poética.
Maripepa, antes Marichuchi.
Fantástico...me has dejado con la boca abierta, vaya tangazo desgarrao que te has marcado, solo le falta la música del bandoneon.
A sus piés, y que se repita
DND
Ya sabía yo que tenías un lado oscuro.
Felicidades por el texto.
Ilusa
Que textos Alacena !! que textos,,,
que se repitan!!
mar
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