Estaba yo en mi habitación de hacer ver que estudio, leyendo tranquilamente una cosa muy divertida que escribió Sigmund Freud: El malestar en la cultura. Así de entrada puede parecer un tostón pero cuanto te cuenta que nuestras facultades de felicidad están ya limitadas en principio por nuestra propia constitución, y que el sufrimiento nos amenaza por tres lados: desde el cuerpo, condenado a la decadencia y al dolor; del mundo exterior, capaz de encarnizarse en nosotros como fuerzas implacables; y de las relaciones con los otros seres humanos... Freud resuelve que el peso de la vida nos obliga a tres posibles soluciones: distraernos en alguna actividad, buscar satisfacciones sustitutivas (no sé qué quiere decir con lo de sustitutivas ni sustitutivas de qué, aunque pone como ejemplo el arte) o bien, narcotizarnos. En fin, que te dan ganas de hacer lo último directamente y acabar con esto de una vez.
Pues así de enfrascada estaba yo cuando veo pasar por el pasillo a mi marío con muchas prisas. No hice caso y seguí buscando en el texto un atisbo de esperanza. Le oía abrir y cerrar los armarios de la cocina, la despensa, el mueble del baño, entró en mi habitación de hacer ver que estudio mirando los estantes, salía despavorido….
Al final, por mucho que una se quiera hacer la tonta y como que la cosa no va contigo, pues te pica la curiosidad y así como de mala gana, después de un cuarto de hora de morderme la lengua hice la pregunta: ¿qué buscas?
Mi marío se asomó al quicio de la puerta con los ojos de misterio y el alma llena de pena: ¿dónde está el insecticida? (es que mi marío es muy fino y dice insecticida, en mi casa le hemos llamado “el flis” toda la vida).
Al principio me mostré molesta por la interrupción, pero fue algo momentáneo, porque pronto caí en lo que significaba que mi marío estuviera buscando el flis. Se me aceleró el corazón de repente me levanté, me puse más seria de lo que me había dejado Freud, me quité las gafas y miré a mi marido con horror, saqué fuerzas de flaqueza :
-¿Para qué lo quieres?
-Para echárselo a la ensalada, ¿para qué lo voy a querer? He visto algo en el vestidor que no me ha gustado nada. (hablaba como un cirujano observando un escáner cerebral)
- Pero… ¿qué has visto? ( yo estaba ya para darme algo)
- Es mejor que no lo sepas.
Fui a la cocina, abrí el armario del fregadero, cogí el bote de “flis” y se lo entregué a mi marido compungida, como si le estuviera entregando una smith & wesson para que matara un cervatillo herido.
Lo que había en el vestidor creo que era una cucaracha del tamaño del cañón del colorado, pero no he vuelto a preguntar. Mi marío se deshizo de ella y yo me tumbé en el sofá hasta que se me pasó el susto.
Menos mal que había un hombre en casa.
3 comentarios:
Ilusa , no puedo dejar de admirar tu "pluma", es tan gráfica que podes ver imaginar perfectamente lo que estas contando.
Lo de la cucaracha gigante si que es una situación exclusiva para hombres!!
mar
jejeje que bueno ilusa...como para llevarte de safari..
Me ha encantado, Ilusaa.
Un abrazo.
Alacena de las Monjas
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